miércoles, 6 de febrero de 2019

Un fotógrafo de interiores

                                    

Arturo del Campo no es un fotógrafo al uso, no busca la belleza sin más en sus fotos, ni tampoco pretende que estas produzcan un goce estético en quien las contempla. Nada más lejos de su intención que sus fotos sean juzgadas por su composición o la maestría en el revelado.


Turo lleva más de 30 años recorriendo el mundo sin descanso, buscando, esas miradas diferentes, naturales, sin máscaras, que tan difícil le resulta hallar en los esclerotizados rostros occidentales. De ahí que sus continentes favoritos sean Asia y sobre todo su bienamada Africa, el único lugar en el que las cosas apenas han cambiado en el último siglo y uno de los últimos paraísos para un viajero auténtico como él. Aun no destrozado por el turismo de selfie y “conozca el país en 3 días”.
Turo viaja con lo imprescindible, come con los lugareños y duerme en lugares que los turistas de iPhone y gafas Ray-Ban no considerarían apropiados para su mascota. Esto le permite sentir el lugar que visita, tratar de tú a tú a los habitantes del lugar. Y esta es la clave última que le permite conseguir esas miradas únicas en sus fotos. No pretende sacar un retrato sin más de la persona, pretende penetrar en lo más profundo del otro y retratar su alma, y solo se puede conseguir mostrando la misma apertura y conexión desde el otro lado de la cámara.  Sus fotografías nos muestran siempre el interior de cada retratado. En algunas vemos rostros con un magnetismo tal, que nos cuesta apartar la mirada, mientras que en otros la apartamos en pocos segundos ya que nos sentimos escudriñados. Eso es exactamente lo que pretende Arturo. No le preguntes por tiempos de exposición, diafragmas o recortes, sus fotos son tal cual las pare su vieja cámara.

En esta exposición de Langreo se puede disfrutar de una pequeña muestra de su arte. Los que hemos tenido la suerte de ver pases de algunos de sus viajes sabemos que otras muchas maravillas han tenido que quedarse fuera, tal vez para otra ocasión. Nadie interesado en fotografía o viajes debería perderse esta exposición. Entre tanto postureo que a veces nos invade en este mundillo de la fotografía, Humanos, miradas desde el alma, es un soplo de aire fresco. Celebrémoslo con alborozo, pues.



Estará hasta este 28 de febrero en el Cine Felgueroso de Langreo. 



jueves, 16 de febrero de 2017

¿Por qué lloras, Chiron?



              


Pocas cosas forjan un destino e influyen en la forma en que vivirás tu vida, como el miedo. Cuando te encuentras con esa indeseada visita de pequeño, no puedes imaginártelo aún, pero será tu compañero de viaje para el resto de tu vida.
Podemos encararlo de dos formas distintas, opuestas. Una es intentando librarse de él. Haciendo esas cosas que te provocan temor, enfrentándote a todo y a todos, usando el miedo como si fuese un combustible. Esto te puede convertir en un escalador famoso o en un héroe a tu pesar.
La segunda es adaptándote, haciendo lo que la sociedad espera que hagas, respetando las limitaciones que te imponen. Viviendo la vida que los otros quieren que vivas. Siendo sumiso, convirtiéndote, en suma, en su esclavo.  Ésta es mi favorita, la que mas gente usa. Es la que hace que Chiron, el protagonista de esta estupenda película, viva una vida miserable.
Imagina que a Boyhood (2014) le quitas toda la capa pretenciosa que la lastra, pasas de esa idiotez de usar al mismo actor durante años y reduces su metraje a la mitad. Lo que queda es Moonlight, una pequeña película mucho más interesante y con mucha más capacidad para emocionar. No está libre de fallos, en general todos ellos provenientes de la necesidad de su director, Barry Jenkins, por demostrar que es un director “moderno”. Nos obsequia con escenas a cámara lenta o con otras en que ésta gira a velocidad mareante. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, se limita a encuadrar a sus actores en planos largos y dejarlos hacer. Es una gran decisión ya que todos en Moonlight son personas de carne y hueso, estamos en las antípodas de la artificiosidad de “La La Land” o la pedantería de “Un monstruo viene a verme”.

-Chiron: ¿Qué es un marica?
-Juan: Marica es… una palabra usada para humillar a los gays
-Chiron: ¿Yo soy marica?
-Juan: No, no lo eres. Puedes ser gay, pero no tienes que permitir que nadie te llame marica

Seguimos a Chiron en tres momentos de su vida:

1. El niño perseguido por sus compañeros de colegio que tiene que esconderse en una casa abandonada para evitar que lo golpeen. De allí lo rescata Juan, un camello que se convierte en su ángel de la guarda y que le proporciona los únicos momentos de paz de esos años. En su casa las cosas no pintan mejor para el pequeño Chiron, ya que su madre es una drogadicta que pasa de él.

2. El adolescente que sufre continuos abusos por parte de sus compañeros de       clase. Si ser diferente es duro en cualquier entorno, en el de Chiron es casi una condena a ser humillado a diario. En una gran escena rodada de forma muy sobria, tiene su primera experiencia sexual con un amigo que, por un giro del destino, se verá obligado al día siguiente a pegarle delante de los compañeros de clase para demostrar su “hombría”. Esta es la gota que colma el vaso para Chiron.

“En algún momento tienes que decidir por ti mismo quien vas a ser. No puedes dejar que otra persona lo decida por ti”


    
3. El hombre duro en que se ha convertido 10 años después. Un camello hecho a imagen y semejanza de Juan. Este Chiron duro es, sin embargo, el que más lástima nos da. Es un ser que no puede dormir por las noches, que huye del contacto humano, que llora igual que siempre, pero ya a escondidas. Es alguien frágil y vulnerable vistiendo armadura.  En realidad, tan sólo ha tomado la peor de las decisiones, como le recuerda su viejo amigo en un bar, casi al final. Escena estupenda toda ella, rodada con parsimonia, hecha de gestos y miradas. Todo nos lleva a la escena final, de una ternura no desprovista de patetismo. Ponerse una coraza que pare los golpes del exterior parece una idea sensata, sin embargo a la larga, tan sólo sirve para aislarte de las otras personas. Te convierte en un eremita. Pasas de ser un esclavo de los demas, a ser prisionero de ti mismo. Llora si quieres, Chiron. No pasa nada. Llora.




Sale uno del cine con las sensación de haber visto una buena película y dándole vueltas a la pregunta de hasta que punto he dejado que los otros decidieran por mí la vida que debería vivir. De las veces que he reprimido las ganas de llorar, porque se supone que los hombres no hacemos esas cosas.   El miedo, claro está, miedo a no ser aceptado si te sales del camino que te marcan, a ser dado de lado si te sales del rebaño y te conviertes en el raro. El maldito miedo al que por fin aceptamos como compañero, ya que ahí seguirá siempre. No tiene sentido seguir intentando librarse de él.

No sabemos que hará Chiron en el futuro, si aún hay esperanza para cambiar y enderezar el rumbo, pero seguro que sí la hay para mí…y para ti.

No te pierdas Moonlight, ver una película que te haga reflexionar sobre tu vida de esta manera, es cada vez más difícil en esta sociedad infantilizada y políticamente correcta en la que vivimos. No te defraudará.

domingo, 22 de marzo de 2015

Pride (2014)

 Orgullo sin prejuicio




La película está basada en hechos reales: durante los primeros años 80 del siglo pasado, un pequeño grupo de gays y lesbianas decide apoyar a los mineros en huelga, que están siendo asfixiados por el gobierno de Margaret Thatcher. Se dedican a recaudar fondos y comida para enviársela. Entienden que las medidas represivas que se están tomando contra los huelguistas tienen mucho en común con el acoso que sufren ellos mismos.

Con esta sencilla premisa el director Matthew Warchus construye una película sencilla y emotiva, de esas en las que predominan los buenos sentimientos y que hacen que salgas del cine con una sonrisa en el rostro, pensando que el mundo no es un lugar tan horrible después de todo; que, tal vez, esa sensación que todos tenemos a veces de no encajar en la sociedad no sea real; que no está tan mal esto de vivir. Al final alcanzamos la catarsis, que era el objetivo de la tragedia griega.


Con tan sólo unas leves pinceladas se consigue profundizar en algunos personajes y hacernos llegar sus pequeñas tragedias cotidianas: el chico que vive con sus padres aterrorizado de que descubran su tendencia sexual, el que lleva años con el VIH, la chica que no encuentra pareja, el respetable miembro de la comunidad minera que nunca se ha atrevido a salir del armario. Son los confusos años en que el SIDA empezaba a extenderse y al contrario que ahora, significaba una sentencia de muerte.

La homofobia no podía dejar de estar presente, dada la época en que está ambientado el film. Nunca se cargan demasiado las tintas, sin embargo ahí está: la librería gay que sufre continuos ataques de vándalos, la mujer que intenta inculcar a sus hijos el odio hacia el diferente, pero que en el fondo da más lástima que otra cosa.

El mayor acierto del film es la "normalización", es decir, no usar el paternalismo en el que caen muchos otros acercamientos al tema. La vida está llena de problemas y necesitas a los demás para salir adelante, da igual que seas gay, hetero o astronauta. Ya es hora de olvidarnos de esas horribles afirmaciones como: "hay que tener tolerancia con los homosexuales", "los respeto ya que son gente con gran sensibilidad"… entre otras muchas tonterías que repetimos sin pensar.
¿Qué es lo que tenemos que tolerar de los homosexuales? ¿Porqué tener una tendencia sexual diferente a la tuya es algo a tolerar? Son ellos, más bien, los que tienen que tolerar a los heterosexuales y su sensación de que lo suyo es lo “natural”.




Tal vez la mejor escena de la película es aquella en la que el viejo minero le confiesa a una amiga que es gay, a lo que ella responde que lo sabe desde hace 20 años.  No hay más que hablar, siguen haciendo sándwiches como si nada. Estupenda la interpretación de los actores y el juego de miradas durante toda la escena. Una auténtica maravilla.


Una película que os recomiendo a todos sin reservas. Cuenta con el plus añadido de estar repleta de esos maravillosos actores secundarios británicos de solvencia a prueba de bomba. 

Puede que hayas leído hasta aquí (te lo agradezco, claro) y pienses que esta película no es para ti o tu familia ya que crees que los homosexuales son gente viciosa y repugnante a los que debe evitarse. Si es ese tu caso, permíteme que te haga una revelación que puede cambiar tu vida para siempre: eres el último de una raza en extinción, como los dinosaurios. Cada vez quedan menos como tú y en unos años no quedará ninguno. Así debe ser. Los dinosaurios no tuvieron una segunda oportunidad, tú sí. Piénsatelo, ve a ver la película. A lo mejor aún hay esperanza para ti.


                                              Jose Manuel Ruiz

domingo, 12 de enero de 2014

La gran belleza (2013)



Entre la nostalgia y la nada

 





Cuando se encendieron todas las luces de la sala y la pantalla del cine se quedó en blanco miré el reloj extrañado, parecía mentira que hubiesen pasado tan rápido los 150 minutos de proyección. No conozco mejor indicador de cuánto me ha gustado una película.
Lo raro es que no suelen atraerme las películas sin un nudo narrativo, las que persiguen la belleza a través de encuadres bonitos y música a juego, sin un propósito narrativo claro: Antonioni, por ejemplo, no volvería a ver uno de sus bodrios salvo por orden judicial. Aquí, sin embargo, todo encaja a la perfección.

En La gran belleza, el director Paolo Sorrentino sabe ir  más allá de un bonito envoltorio para conseguir  una maravillosa sinfonía de color y música, la banda sonora, omnipresente, sabe combinar composiciones clásicas de Bizet o Arvo Pärt y congas o mambos discotequeros con un resultado hipnótico. Crea, además, un personaje principal irrepetible: Jep Gambardella, una versión madura y refinada de el Marcello de la felliniana La Dolce Vita. Desde ahora merece figurar ya en el panteón de personajes irrepetibles del cine italiano. Toni Servillo  da un recital de contención de gestos, riqueza en la mirada y refinada elegancia.



Como en todas las grandes películas, la acción transcurre en dos lugares distintos, la que vemos en la pantalla y otra paralela en nuestro interior, una especie de eco que resuena con nuestros miedos y obsesiones. Eco que en las malas películas está ausente. A través de la mirada de Gambardella vemos, por ejemplo, un barco que ha naufragado y que puede evocar cosas distintas según el espectador. A mí, como al protagonista, me produce tristeza, mucha tristeza, como siempre que me asomo a ese vacío interior del que me paso la vida huyendo. 
Entiendo perfectamente lo que nos dice Jeb algo después: “Todo se muere a mi alrededor. Así me siento yo a veces.


Puede que te aburra y pienses ¿Pero qué se habrá fumado éste? o puede que la ames, te parezca hechizante y la veas más de una vez; en cualquier caso te aseguro que no te dejará indiferente. ¿De cuántos estrenos cinematográficos actuales puedes decir eso?



jueves, 26 de diciembre de 2013

Sobran las Palabras, (Enough Said) 2013


    Jugando con cartas marcadas



Estamos ante una película con serios altibajos. Lo mejor son sin duda las escenas que comparten los protagonistas, una Julia Louis-Dreyfus en un registro no muy lejano de su Elaine, la neurótica ex-novia de "Senfield" y James Gandolfini ahondando en el papel de hombre tierno encerrado en un físico de luchador de sumo que bordó en "Los Soprano"

La historia no puede ser más simple: Eva, una masajista, conoce en una fiesta a Albert y surge la chispa entre ambos. Un buen día se da cuenta de que una de sus clientes es la ex-mujer de Albert y en lugar de poner las cartas sobre la mesa, llevada por su inseguridad, decide seguir escuchando las historias que ésta le cuenta sobre su ex-marido. Nada bueno, como es de esperar, puede salir de dicha situación.

Hay varios puntos negativos que se van percibiendo a lo largo del metraje: Los personajes secundarios carecen de cualquier entidad, tan sólo son un relleno entre las escenas de los protagonistas; es casi un delito el modo en que se desaprovecha a una actriz tan buena como Toni Collette, aquí una mera comparsa. La dirección es plana, sin matices, bastante televisiva y la banda sonora no es nada del otro jueves, con cancioncillas de esas dulzonas punteando algunas escenas.


En una de las mejores escenas Albert (Gandolfini) le dice a Eva: “Me has roto el corazón”. Produce mucha tristeza pensar que su corazón se rompería de verdad poco después de rodar esta película. Un ataque al corazón acabó prematuramente con la vida de este fascinante actor que encarnó como nadie al mafioso Tony Soprano, un monstruo con lado sensible. Sólo por ver por última vez esos ojos tristes llenos de expresividad ya merece la pena el precio de la entrada pero hay algo más:

Es una de las mejores reflexiones que he visto sobre lo peligroso que puede llegar a ser el buscar la seguridad a toda costa, el miedo al cambio, el no dar un paso sin antes sacar la brújula para asegurarse de que el rumbo es el correcto. Una táctica que nos libra, tal vez, de algún que otro disgusto pero pagando el altísimo precio de haber dejado pasar lugares remotos a los que no nos atrevimos a ir, juegos divertidos en los que nunca nos permitimos participar o bocas apetitosas que nunca nos arriesgamos a besar. No merece la pena. Nunca.

Recapitulando: La peli es regularcilla pero los diálogos no están mal, hay química entre los protagonistas y es de lo último que rodó James Gandolfini antes de morir ¿Aún te quedan dudas para ir a verla?



domingo, 15 de diciembre de 2013

12 años de esclavitud




El violín y el látigo



Es éste un film al que le falta ese algo especial que separa una buena película de una obra maestra; sin embargo todo está en su sitio: el guión tiene pocas fisuras, la mortecina banda sonora de Hans Zimmer es muy buena y hay un puñado de actores de primer orden dando vida a los personajes principales del film. Destacan Chiwetel Ejiof que le confiere dignidad y calidez al desgraciado protagonista y por supuesto el gran Michael Fassbender quien interpreta al dueño de la plantación de algodón en la que acaba el protagonista: es un personaje cruel, lujurioso, sádico pero que al mismo tiempo se avergüenza de su atracción sexual por una de sus esclavas. Tiene mucho en común con el despiadado director de Auschwitz que interpretaba Ralph Fiennes en La lista de Schindler, una de las pocas buenas películas del pesado de Spielberg

 El hecho de que esté basada en un hecho real, como se indica en los créditos iniciales, no hace sino conferirle un tono aún más oscuro a una película ya de por sí durísima. El director Steve Mcquen nos muestra en toda su crudeza esa terrible plaga que fue la esclavitud en la América del siglo XIX: latigazos, carnes abiertas por los golpes, ahorcamientos, violaciones…a veces cuesta no apartar la vista de la pantalla.


Películas como estas que siguen el camino del Raices en los años 70 son de obligada visión cada cierto tiempo para recordarnos que hubo un tiempo no muy lejano en que unos hombres poseían a otros y eran dueños y señores de sus vidas y destinos tan sólo por tener distinto el color de la piel. Hace poco más de una década teníamos al lado de casa algo tan monstruoso como el apartheid y aún hoy hay gente que piensa que la raza, religión o creencias políticas hace a alguien superior a sus congéneres.  No se trata de caer en la culpabilidad por algo que pasó sino en evitar que algo así pueda volver a pasar.

“12 años de esclavitud” no es una película que aporte gran cosa a la historia del cine por más que la elogien exageradamente algunos crtíticos, pero si una de las que más descarnadamente han tratado este tema, sólo por eso deberías ir a verla y no apartar la mirada de la pantalla durante toda la proyección. Es como un baño en aguas heladas: Duro pero vigorizante.

Trailer en Español


sábado, 7 de diciembre de 2013

Le Week-End (2013)



Siempre nos quedará París


Es ésta una película pequeña, sin grandes estrellas en su casting ni gran ruido en los medios, es de esas que suelen pasar por la cartelera sin llenar las salas de ávidos comedores de palomitas y en la que apenas permanecen dos semanas antes de desaparecer. Una pena. Es una película estupenda que merecería mucha más atención.

Nueva colaboración entre el guionista
Hanif Kureishi y el director Roger Michell que nos muestra a un matrimonio en crisis después de 30 años de casados que deciden pasar un fin de semana en París pensando, tal vez, en arreglar su situación sentimental.  Transcurridos unos pocos minutos ya nos damos cuenta de lo difícil que va a resultar la tarea: él es una persona pusilánime con un claro problema de dependencia emocional hacia su mujer; ella se siente mortalmente aburrida a su lado y usa en todo momento un humor cáustico, hiriente, que él encaja con resignación. A lo largo de las casi 2 horas que dura vamos sintiéndonos alternativamente más cerca de uno o de otro. No hay buenos ni malos, como en la vida misma. La aparición  de un amigo de juventud de él, interpretado por Jeff Goldblum funcionará como catalizador que precipitará los acontecimientos.

 Sin elevar el tono, siempre a media voz, sin caer nunca en la tragedia y consiguiendo que una media sonrisa aflore en nuestra cara de vez en cuando, se reflexiona sobre la diferencia entre el amor, el cariño y la dependencia patológica; sobre lo que pudo ser, lo que es y lo que nunca será, las ilusiones y proyectos que tenemos en nuestro interior y que el paso del tiempo va matando; sobre las segundas y terceras oportunidades, sobre la cobardía de vivir en lo malo conocido o la valentía de empezar de cero. Sobre peleas y problemas cotidianos aunque sin desdeñar un beso apasionado en medio de la calle o una escena de baile en un bar. Se hace sin moralinas ni dogmatismos y aunque al final parece claro que los autores del film sí toman partido en ningún momento nos intentan imponer su punto de vista.




Los actores principales están estupendos, pertenecen a esa gloriosa estirpe de actores británicos capaces de interpretar cualquier papel con una naturalidad apabullante. En una superproducción Hollywoodiense no pasarían de secundarios de relleno y sin embargo podrían dar clase de interpretación al 90% de las megaestrellas americanas. Carecen además de esa afectación a veces molesta de muchos actores europeos, sobre todo los franceses.
Jim Broadbent está soberbio, consigue que veamos a su mujer a través de su mirada, como sólo él la ve: bella, fascinante, seductora. Que la veamos como ni siquiera ella misma se ve. Actores además con arrugas que muestran el paso del tiempo, nada que ver con esas horrorosas momias disecadas de muchas películas americanas.

Resumiendo: si buscas una película de acción trepidante con grandes nombres y efectos especiales a tutiplén este film no es para ti. Si en cambio buscas una película honesta, sencilla, con personajes de carne y hueso, diálogos inteligentes y que te haga reflexionar sobre tu vida sin dar lecciones de moral, en ese caso, Le Week-End te gustará y saldrás del cine con la sensación de que por una vez el dinero de la entrada ha sido bien empleado.